viernes, 19 de febrero de 2010

LA NIÑA DEL VEINTITRÉS

-Voy a morir, lo sé. Necesito contarlo todo para que se sepa toda la verdad. Tengo miedo, me estoy volviendo loco, pero ya no hay vuelta atrás.

Todo empezó hace unos meses. Acababa de terminar mis estudios y me contrataron para trabajar en un centro psiquiátrico. (Por cierto, me llamo Víctor.) Como iba contando, el primer día estuve en el centro observando a los enfermos que estaban en el patio. Me quedé sorprendido al ver cómo podía cambiar tan fácilmente la mente de las personas. De repente, me llamó mi jefe y me pidió que acudiera a su despacho, y eso fue lo que hice.

-Hola, señor Víctor, encantado de conocerle; soy el doctor Francisco José Verdú García. Te he llamado para ver si tenías dudas sobre tu trabajo y de paso enseñarte el recinto y darte los casos de los pacientes a los que tendrás que atender.

-Encantado, doctor. Lo primero que quería decirte es que muchas gracias por darme esta oportunidad. Que sepa que no le defraudaré.

Me empezó a enseñar la planta de abajo, la cual era de los enfermos con menos discapacidad y menos peligrosos. Poco a poco, le fue enseñando cada una del centro hasta que llegaron a la última, donde el doctor Francisco José se empezó a sentir nervioso. Hacia la mitad del pasillo, el doctor Verdú evitó las dos últimas habitaciones. Víctor se extrañó, pero no dijo nada.

Su primer día de trabajo acabó. Volvió a su casa, se puso el pijama y más tarde comenzó a leer los informes, aunque sólo pensaba en la habitación número veintidós. Pasó toda la noche en vela y cuando se vino a dar cuenta comenzaba a amanecer y ya era hora de volver al trabajo. Cogí el coche camino al centro y al llegar saludé al doctor Francisco José y a las enfermeras (sobre todo me gusta la doctora Marina Ramírez, que por cierto estaba como un tren. Esto no viene al caso, pero tenía que contarlo. Bueno, voy a ponerme serio.)

Como iba diciendo, cubrí todas las necesidades de los pacientes de la planta de abajo. Estaba deseoso de acabar para subir disparado a la última planta, a la habitación número veintidós.

No me lo pensé dos veces y entré. Allí estaba ella. Era una niña pálida con una sonrisa de oreja a oreja. Se ve que le caí muy bien. Miré su informe y comprobé que se llamaba Andrea Cebrián Pérez, que era de la alta sociedad, tenía veintidós años y su vida iba hundiéndose poco a poco.

-Hola, Víctor. Estaba esperando a que vinieras. Sabía que tarde o temprano llegarías aquí.

Me quedé estupefacto. Cómo sabía mi nombre. De qué me conocía. Cómo sabía que iba a llegar. Tantas preguntas me desolaron.

Empezaron a hablar y ella le contó que su vida fue un desastre, que empezó con la droga y eso le hizo acabar con su trabajo, con su familia, con sus bienes y la empujó al trabajo de la calle y por ello estaba internada, era ninfómana y estaba enganchada.

Él le preguntó por la habitación veintitrés. Andrea le dijo a Víctor que ya era la hora de contarlo todo, le dijo que en la habitación de al lado había una niña llamada Fátima a la que todo el mundo temía porque se pensaba que mató a sus padres, aunque no fue así.

-En los recreos me cuenta su historia y no fue ella. Deberías hablar con ella.

Y eso hizo Víctor. Al salir, se dio cuenta de que Andrea no estaba loca, sólo que le gustaba demasiado el sexo.










Víctor miró por el cristal y no se veía nada. Estaba totalmente oscuro, abrió la puerta, en ella sólo se veía el brillo de los ojos, esos hermosos ojos. Él se acercó, se sentó a su lado, ella no abría la boca y él no la forzaba. Víctor vio que no había manera y cuando iba a irse ella dijo:

-Ayúdame, fueron ellos, los gormitis, esas bestias, necesito salir de aquí.

Así comenzó todo. Salí de la habitación y decidí dirigirme hacia la casa donde vivía ella y su familia. La casa era extraña, yacía en ella un mal presentimiento, pero no me podía echar atrás y decidí entrar. Estaba oscura y apagada, subí por la planta de arriba y empecé a escuchar una voz extraña. Pensaba que era mi imaginación, pero me equivocaba. Cuando iba a bajar las escaleras descubrí un monstruo deforme. Tenía un aspecto horrible, con los dientes hacia afuera, carente de nariz y pelo y volaba. Me aterroricé, pues pensaba que era mi fin.

De repente, apareció la niña Fátima, no me lo podía creer, quería desaparecer. Cerré los ojos por un instante; al abrirlos, el monstruo no estaba y la niña yacía bajo mis pies sin aliento, sin vida, sin la luz de sus hermosos ojos. En ese momento comprendí todo. El gormiti fue el que mató a su familia, no la niña.

Por una parte, yo estoy contento, porque la niña cumplió con su deber, que era que se supiera la verdad y vengarse del gormiti matándolo a él como hizo con sus padres.

Pero esperad un momento…¿qué es eso? No está muerto… QUÉ HAGO, QUÉ HAGO. Está ahí, lo único que se me pasa por la cabeza fue correr… Y logré escapar.

De pronto desperté. Me encontré en mi cama, todo había sido un sueño. Hoy era el primer día de mi trabajo. Me fue todo genial. Me encanta. Estoy trabajando ya veinte años en él.

MORALEJA: ¡Cuidado con los calvos!


NURIA NAVARRO POVEDA
Y
FÁTIMA EL QASSAR

1º BACH-C

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